sábado, 27 de julio de 2013

Impermanencia reflejada


“Double reflet” (1997) Francine Van Hove
OK. Hecho. Sobre la marcha consulté. Me vino bien. Mis obsesiones responden a mi terquedad (la de mi mecánica egoica, of course) de repetir caminos trillados con la esperanza de sucedáneos, de una lotería que me gusta jugar sabiendo que casi prefiero que no me toque.

Cuando me lo planteo en otro nivel más real o sencillamente menos cómodo y autocentrado, vamos, cuando tengo alineamiento del ser con el resto, vivir es otra cosa; y convivir un formato de expresión de la naturaleza esencial.

Todo ello libre de la búsqueda de apegos, consuelos y anestesias; libre del comportamiento adictivo que, cada vez más nítidamente lo veo, es lo que resulta plenamente compatible con mis conductas ciegas. El simio a la búsqueda de la descarga bioquímica.

Como esos experimentos en los que se les implanta un electrodo, una especie de acceso directo, al conjunto neuronal que dispara sensaciones placenteras extremas al presionar un determinado interruptor. Y los sujetos de los experimentos, simios sin disimulo, perecen en la compulsión inevitada (para ellos inevitable) de presionar hasta el agotamiento de toda su vitalidad que por tanto desemboca en su muerte física. Suicidio evolutivo. Los que rompen la conexión con su ser perecen antes de hora, regalando su élan vital a inmundas deidades científicas que dicen aprender algo.


Thought Form (Dart), 2011. James Nizam
Pero como te escuché decir, querido Rafael, no se trata de entender, comprender o saber. Flacos consuelos para egos inanes. Se trata de ser, por tanto de realizar, sea con acción o con no acción, pero siempre con decisión: alineación sin alienación.

Ser, sin pretender, sin usurpar, sin querer merecer o cobrar. Ser para ser cada vez más Ser. El camino de desprenderse de lo que no se es. El camino sin meta pero con estilo. El camino que es caminar. El camino que es devenir, para llegar a ser, pues en este Universo, el aprendizaje común a todas las culturas ha sido que el movimiento es inevitable, no hay tal cosa como la zona de quietud permanente y a la vez hay algo que permanece dentro del proceso del cambio, algo de lo que se nutre el parásito que se apropia de esa cualidad de no impermanencia y se la atribuye como mérito propio sin serlo. Algo que pide ser entendido y encarado, como la ropa sudorosa y pegajosa sin la que pereceríamos en la proximidad de la radiación, del calor, de la presión o del frío extremo. Un envoltorio funcional pero con tendencia a la hipertrofia anquilosante, a la esclerosis, a la anestesia sensorial. Un ceñido neopreno que nos sienta tan bien que renegamos de nuestra frágil vulnerabilidad extrauterina para remedar la vida gestante. Tendencia regresiva opuesta al coraje de sobrellevar las adversidades, el que nos recuerda que la solución no es evitar los contratiempos sino aumentar nuestra capacidad para superarlos con la certeza de que solo percibimos dentro de los umbrales de lo que podemos y debemos gestionar, asimilar o rechazar, es decir, de lo que tiene valor en nuestra trayectoria.

Por eso es positivo considerarlo todo como reflejo de nosotros, porque si lo percibimos es que forma parte de lo que somos, porque somos lo que vemos y vemos lo que somos. Y desentrañar el corazón infantil, el ego multiforme, la personalidad vehicular y la sombra estelar que vamos dejando atrás sin soltar jamás, es tarea de desprendimiento. La vieja y antiquísima fórmula de la via negativa: Neti, neti. Yo no soy eso. Eso no soy yo. Hasta desprenderse del propio desprendimiento del testigo. Hasta el infinito y más allá. Hasta aplaudir con una mano, hasta ser la espada que se corta a sí misma. Hasta luego, Lucas. Y que la sonrisa nos compense, Rosebud, Rosebud, de la amarga hiel que la ignorancia y la cobardía nos proporcionó a costa de despreciar nuestro ser en sí.

Y tras soltar, simplemente vivir, serena y confiadamente.

Extracto de la correspondencia con Rafael Barrio, 25 de julio de 2013.

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