El hombre común en su vida ordinaria no se plantea la
cuestión de su identidad.
Simplemente él es lo que
hace y además elige las acciones en
función de criterios que pasan desapercibidos al proceso reflexivo. Participa en entidades supraindividuales que le proporcionan sentido y
orientación, un marco de referencia dentro del cual operar y unas
gratificaciones por su desempeño. Así trabaja en una corporación, más o menos
grande, en la que realiza un trabajo por el que se le retribuye, pero donde ni
toma ni cuestiona las decisiones de gran calibre o las directrices operacionales.
Se limita a una tarea o conjunto de ellas que vienen imbricadas con sus
correspondientes emociones y a las que se somete, de mejor o peor grado, por la
recompensa prometida, normalmente evaluada en términos monetarios, que le
servirá para atender las cadenas alimenticias que otras corporaciones o
entidades le demandan.