Magia: diálogo entre conocimiento y sabiduría
El corazón comienza a latir a las pocas
semanas de la gestación. La transmutación de un átomo genera toda la energía
necesaria para el motor de la vida biológica. Enlazado con la cadena del ser,
prosiguiendo con el impulso trascendente que da lugar a la manifestación de la
vida orgánica. Así lo invisible del polvo estelar estructura el desarrollo de
las formas en los distintos planos. De ahí el radical simbolismo del corazón
como asiento del espíritu, como centro y motor de la vida individual en
contacto permanente con el resto del cosmos. Fuego radiante que participa en la
esencia de la luz más sutil. La sabiduría
es la pertenencia al orden superior que se manifiesta mediante nuestra
existencia.
El desarrollo del tubo neural genera la
aparición de los otros dos grandes centros. Uno, encargado de la supervivencia
de la forma en el espacio, de la nutrición y de la transformación se aloja en
el abdomen. La sabiduría visceral ligada a la participación en el medio
planetario y la cooperación con el resto de formas vitales.
El otro, encargado de la navegación en el
tiempo, capta las radiaciones electromagnéticas y en especial la luz.
Elabora lo percibido y maneja la información, diseña y ejecuta modelos, explorando
posibilidades y anticipando situaciones. Elabora trayectorias, para lo cual
almacena informaciones pasadas, intercambia datos, se comunica y no cesa en su
función elemental de crear conocimiento mediante la inteligencia.
La
civilación mesopotámica creó una cultura organizada sistemáticamente en tres
ejes: la sabiduría primigenia aplicada a la obtención de conocimiento y su aplicación
práctica. Su sistema llega hasta nuestros días mitificado como magia: la
capacidad de operar sobre el entorno de modos sobrenaturales. Otra herencia lingüística
de aquella época es la medicina, o ciencia de los medos. Las regiones de Magia y Media son el
origen de las artes médicas y mágicas: las de los cuidados de lo natural y de
lo sobrenatural.
Podemos considerar la magia compuesta de
tres ámbitos: astrología, alquimia y teurgia. La astrología se ocupa de lo
cósmico y planetario. La alquimia de los procesos de la materia, sus
interacciones y evolución. La teurgia trata sobre las energías sutiles
personificadas en diversas jerarquías y entes espirituales.
No es
posible ocuparse de un fragmento de la realidad en el que no aparezcan
implicadas referencias a la totalidad de lo humano. Aunque deliberadamente intentemos abstraernos
o limitarnos, un observador entrenado hallará en qué modo estamos reproduciendo
esquemas que corresponden a otros ámbitos.
Astrología: el engaño moderno
La
supuesta recuperación de la astrología por parte de la new age, ha conducido a una
popularización y vulgarización inevitables. La pérdida del sentido mistérico,
la desconexión de los linajes formativos y la pérdida de la visión integral,
conducen a diversas aberraciones en el uso de los conocimientos antiguos y una
mezcolanza poco elaborada mediante refritos o combinados con las aportaciones
de las actuales investigaciones científicas y sus variadas divulgaciones. Todo
en aras de mantener un suminstro de sucedáneos vendibles por el sistema
económico a los sedientos e infantilizados individuos desacralizados del mundo
moderno.
Uno de
los errores más comunes a los que lleva el estudio de la astrología (y demás conocimientos
afines) es de la externalización. Una especie de proyección y dependencia de
unas regencias externas causantes y responsables de los devenires personales y
sociales. Este reduccionismo hace que las personas se sientan deslumbradas
inicialmente por la comprensión de la pequeñez humana en un vasto cosmos, con
gigantescas fuerzas operando en dimensiones inabarcables. Lo que inicialmente
es una apertura a los cielos exteriores se convierte las más de las veces en
una especie de determinismo que debilita no sólo la capacidad sino también la
responsabilidad individual. Esta debilidad implícita, reforzada por una misma
actitud procedente de otras muchas disciplinas, como la psicología y la
economía, deriva en el citado infantilismo que lleva a la perpetuación de
esquemas de sumisión ante figuras poderosas o prepotentes.
Como
solución a esto propongo la visión de la astrología como descriptora de el
cielo interior: el que tu habitas. El cielo de tu propio hogar personal que te
revela tu propia constitución a medida que lo exploras y reconoces en tu vida y
experiencia cotidiana. En la medida en que tu experiencia en el mundo del
conocimiento sea una oportunidad para el redescubrimiento de tu sabiduría
perenne, la presencia de las energías y ciclos cósmicos dejan de ser elementos
externos o distantes y pasan a formar parte de tu escena personal, de tu campo
de influencia directa. Esto deviene en fortaleza y responsabilidad sobre tu
propia realidad. Hacerse cargo de la propia vida es el mejor regalo que se me
ocurre podamos recibir y dar a otros. A partir de este nuevo centro redefinimos
la identidad y la acción, la comprensión y la relación con nosotros mismos y
con el resto de la humanidad.