jueves, 10 de enero de 2019

Consideraciones sobre el momento cósmico

El momento cósmico nos orienta hacia la cualidad arquetípica de Capricornio. Esto es, prioridad de las infraestructuras, los planes, las normas, los proyectos, las estructuras esenciales. El egregor humano se polariza respecto a lo que debería de ser.



Sentimos una gran presión para hacer las cosas bien.
El problema es qué referencia utilizamos para definir lo que es "bien" y cómo gestionamos la realidad cuando es diferente de la expectativa.

Dicho de otro modo, hay un conflicto de base entre la realidad y nuestro ideal de perfección. Del modo como lo gestionemos, nacerá nuestro posicionamiento personal y la calidad de nuestra vivencia.

Es un tiempo de realización, de logro, de camino hacia las metas de modo progresivo y determinado. Tiempo excelente para captar el esqueleto de la situación, jerarquizar nuestras prioridades, definir los objetivos y las líneas de actuación. La organización y sus métodos. La renuncia a todo aquello que no sintonice con los objetivos predeterminados. De ahí la sensación de falta de libertad para maniobrar. Y a la vez, la facilidad para apretarse el cíngulo, y centrarnos en la sensación de lo que debe ser hecho.

Por eso también la frustración que nace de que los acontecimientos no coinciden con las expectativas. El papel, lo proyectado, lo aguanta todo. Al llevarlo a cabo, aparecen los imprevistos, los gastos excesivos, las complicaciones, los retrasos, las dificultades reales, la falta de cooperaciones o recursos.

Ante ese conflicto se revelará (y quizás también, se rebelará) nuestra personalidad.

¿Daremos prioridad al patrón previsto, al sentido del deber, a nuestro ideal de perfección?
¿O seremos flexibles, viviremos las condiciones del momento presente y nos adaptaremos a la realidad?

¿Qué eliges, ser feliz o ser perfecto?

Y cómo suele pasar con un dilema, que por ser una falsa bifurcación, una especie de bucle jodementes, en la que cualquiera de las opciones nos conduce al fracaso, por ser parciales, deberemos de aplicar la técnica de resolver dilemas.

Consiste en reconocer el dilema como un consumidor de recursos, un callejón sin salida válida. Así pues para entenderlo hemos de retroceder al punto anterior al nacimiento del dilema y redefinir la situación.

La felicidad no es un puro sentirse bien con todos los deseos cumplidos. Ese es un concepto erróneo que nos lleva al sufrimiento. El adagio budista acerca de que todo sufrimiento nace del deseo.

La ley o norma, la regulación, es un constructo personal, propio o adquirido, por el cuál hemos aplicado la función esencial del cerebro de anticiparnos a las situaciones, realizando un mapa de expectativas. Uno de sus corolarios es la escisión entre fines y medios, por lo que de un modo más o menos obvio o consciente vivimos según el principio de que el fin justifica los medios.

Este es un sentido profundo del arquetipo capricorniano. La confrontación entre los dos sentidos de realidad.

De una parte, la realidad (etimológicamente proveniente de res, la cosa) que nos viene dada por la experiencia sensorial directa, en la cual los objetos, personas, circunstancias y tiempos, están fuera de nuestro exclusivo control. Y la cualidad de la que disponemos para tratar con ello es nuestra capacidad de adaptación. Gestionar nuestros recursos disponibles en función de las facilidades y dificultades del camino presente. El campo abierto e incierto.

De otra parte, la realidad (etimológicamente proveniente de rex, el regulador) que nos viene dada por el superyo, una autroridad externa que nos presenta ya trazado el panorama de metas, jerarquías, recursos disponibles y plazos, que pensamos están bajo nuestro control. Y la cualidad de la que disponemos para tratar con ello es nuestra capacidad de sacrificio, de renuncia, de esfuerzo y obediencia a lo que consideramos destino. Someter nuestras emociones a lo ordenado, aunque no lo comprendamos o nos guste. El campo está limitado a unos definidos carriles por los que hay que discurrir hasta la meta.

El simple hecho de ser conscientes de que este falso dilema entre dos realidades contrapuestas de las que debemos de elegir una, nos llevará indefectiblemente a situaciones de escisión, confrontación, frustración, estancamiento o muerte.

Y tras la muerte la resurrección. Es decir, tras reconocer que nos hemos perdido, que estamos en un callejón sin salida, desandamos el camino, retornando a ese lugar llamado vida en el que las soluciones no están escritas por anticipado, ni la incertidumbre es una fuerza ciega que nos anula completamente.

La integración es redefinir quien somos, cual es la realidad que nos marcan y la que nosotros percibimos. Ambas no son contrapuestas, son facetas de un poliedro cuatridimensional (al menos) que se denomina vida. Que es fluida en diversos grados. Y hacemos inventario de nuestros recursos para avanzar por un camino que, podemos trazar en el mapa, pero que sólo es una orientación. El mapa no es el territorio.

En la realidad de cada momento, nuestra esencial pero limitada responsabilidad, es entender las determinaciones que no dependen de nosotros (que por tanto no perderemos energía en combatir) y aquellas actuaciones que son parte de nuestra libertad de acción.

El campo de ejercicio o de batalla en el que se dirimen y resuelven estos conflictos, como bien apunta la psicología cognitiva o la filosofía estoica, es nuestra propia mente. No la primitiva estructura infantil mayoritariamente construida en torno al pensamiento mágico, ni la impuesta mente cultural de nuestro entorno sociotemporal, sino la mente individuada que es propia de nuestro desarrollo y evolución.