miércoles, 13 de febrero de 2013

Hoy es un día precioso.

Hoy es un día precioso. 

Estamos de rebajas. Es super fácil acceder a la comprensión de secretos que habitualmente operan en las sombras. La presencia de mercurio, neptuno y marte en piscis prometen sensibilidad, fusión, buceo, inmersión, en los profundos mares de los y las sirenas. Las dulces voces y su origen al alcance de nuestra experiencia. 

Y Saturno en Escorpio.

La muerte, siempre la muerte, recordándonos que estamos desperdiciando la vida. O acaso la vida sea eso, un continuo desperdicio desde la óptica de la congelación y la carencia de la materia. La vida es generosa, dadivosa, múltiple, abundante, excesiva, pródiga, innecesariamente generadora. Pero esa es su naturaleza. La del agua. La de las estrellas. La del flujo incesante de luz que todo lo impregna dejando en evidencia la tendencia opuesta, la de acaparar, la de aprovecharse, la de poseer y conservar.

Porque ahora sabemos que el agua del planeta vino del cosmos, no se produjo aquí. Y en contacto con la luz fructifica y genera vida. Fiat lux. Y la luz se hizo. Sepárense las aguas de arriba de las de abajo. Y se separaron. Llénese todo de vida. Y la vida se desparramó.

Pues hoy, es uno de esos días en que podemos sentir la embriaguez de la vida, del milagro cotidiano de existir. No es que deje de mostrarse ante nosotros la tentación de lo conocido, de lo deseado, de sentir la "otra cosa", la ansiedad del parásito psíquico que lucha contra contra el tiempo y contra la luz, que quiere meterlo todo en un frasquito para paladearlo después. Eso está ahí, y a estas alturas deberíamos de asumir su presencia y su permanencia por siempre. Pues donde hay luz, sombra resistente se manifestará. 


Pero optamos por lo luminoso, por lo real. El juego de sombras, como en esos trampantojos que cambian si nos fiajmos en el blanco o el negro, es parte de lo que hay, es el efecto secundario de este universo que tiende, que va hacia, que está en camino de. Pero que es como es.

Y hoy, si no nos embriagamos en exceso, o incluso si nos embriagásemos, con las percepciones de los sentidos, con la música, con la ternura, con la dulce e hiriente ausencia, con el resquemor de la privación, con el apetito de la totalidad, tendremos la ocasión de traspasar el velo. 

¿Qué velo? 
El único, el de la ignorancia. 
¿Y como? 
Como siempre, con la aceptación y el reconocimiento. 
¿De qué? 
De nuestra ascendencia divina, de nuestra encarnación mortal, de nuestro humor humilde, de nuestra futilidad y presuntuosidad de sabelotodos, de victimitas, de pobrecitos, de héroes rescatadores, de supervillanos, de grandes y poderosos que tropiezan con las puertas, de animalitos sedientos de placer, de pequeños tiranos que se quieren adueñar del universo, de paletos que se conforman con otro ligue, con otra muesca en sus cachas nacaradas, para tener algo más que no llevarse cuando se baje el telón.

Asi estamos de atrapados en el juego del deseo de lo que no tenemos para huir de lo que somos. Y hoy lo podemos rasgar, en vigilia, viendo la tele, escribiendo o leyendo en el facebook, cagando, tomando una tisana a la luz de las farolas, haciendo el amor con quien quiera, meditando o cantando bajo la lluvia; siendo parte de los problemas de otro, asándonos en el verano austral o helándonos en el invierno boreal, siendo buenos o negando ser malos, observando como se apaga la vida de un ser querido o siendo indiferentes a nuestro influjo en los demás. O de cualquier otro modo. Con un simple estornudo. Pero si sucede lo sabrás, lo sabré, lo sabremos. Y sucederá. Alguién hoy alcanzará la comprensión. Y en un simple acto millones mejorarán sus vidas. 


Quizás seas tú.

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