El hombre común en su vida ordinaria no se plantea la
cuestión de su identidad.
Cuando elige una actividad de ocio, paga con sangre,
pensamientos y dedicación intensa, el cupo de emociones ofrecidas a cambio de
su participación. Así lo vemos asistiendo enfervorizado, apasionado, entregado,
a un espectáculo deportivo pleno de intensidad emocional, sentido de
pertenencia y reconocimiento. Ahí tiene unos colores, una enseña, una identidad
definida. Pertenece a un grupo, un clan, una gran familia o tribu desde la que percibir al mundo
y a los demás. Por tiempo siente una identidad que le permite un barniz
intelectual al captar, diseñar o criticar estrategias. Que le permite
apasionarse con verdaderas emociones de ira, coraje, alegría, decepción,
empatía con sus ídolos, admiración con las destrezas ajenas, rabia contra sus
adversarios, envidia con los éxitos ajenos, lujuria con los iconos que más o
menos sutilmente se aderezan en tales eventos, mientras en el colmo del
paroxismo puede llegar a sentirse orgulloso por impregnación de los triunfos de
su equipo. Para todo ello, sólo ha tenido que entregar su identidad a un egrégor.
¿Y qué es un egrégor?
En el diccionario académico no la encontramos, y sin embargo
si otras muchas relacionadas con la raíz indoeuropea ger y otras afines. Desde el rebaño o grey, con sus asociadas
agregar, segregrar, disgregar, congregar, egregio, gremio, agrupar, grapar…
Pero los expertos dicen que viene de egregoroi,
vigilante, el que vela. ¿Y qué vigilan? ¿Será el rebaño…?
Los metafísicos le asignan cualidad de ente, de ser que
congrega afines y distribuye a cada uno según su propia función decantadora de
las esencias divinas o al menos sutiles. Para otros es una entidad psíquica nacida de la confluencia de voluntades. ¿O será que hace confluir las voluntades?
La historia apócrifa de Enoch, que no falsa, de los Grigori los hace proveedores de formación a las hijas de los hombres que habían
seleccionado por sus gustos, acerca de la brujería, la magia y el corte de
raíces y a enseñarles sobre las plantas. También Uno de ellos enseñó a los
hombres a fabricar espadas de hierro y corazas de cobre y les mostraron como se
extrae y se trabaja el oro y el repujado de la plata. Y a las mujeres, les
enseño sobre el antimonio, el maquillaje de los ojos, las piedras preciosas y
las tinturas. Otros se encargaron de enseñar encantamientos, a cortar raíces, a
romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines, los signos de los rayos,
los presagios de las estrellas, los de los relámpagos, los significados, las
señales de la Tierra, los presagios de El Sol, de La Luna y a revelar los
secretos.
La realidad de nuestros días es bastante ajena a estos
discursos míticos, y sin embargo los hechos no son muy diferentes. Una escasa
elite de dirigentes provee toda suerte de empresas colectivas que, bajo el
pretexto de adscripción, agrupa a los hombres y mujeres ordinarias en cohortes
de trabajadores, clientes y seguidores cuyas vidas y acciones nutren los
bolsillos, las cuentas, las fábricas, los estadios, los cuarteles, los centros
comerciales y las urbes. Estos miles de millones ahora incluso participan voluntariamente
de sus hogares y automóviles a la mayor gloria de un sistema global de
pertenencia a Estados y Corporaciones, donde algunos incluso creen ser sus
artífices, administradores o gestores.
Y en esencia siguen siendo meros nutridores que transfieren
su particular soplo vital al servicio de secretos designios, insignificantes
para ellos que, como autómatas somnolientos, incansable e inconscientemente
engrandecen casi en cada minuto de sus vidas.
¿Qué opciones le quedan al humanoide cotidiano?
En las miles de pequeñas decisiones se disipa la energía de
su voluntad. Reservando su atención para las grandes elecciones que requieren
de su firma o de su voto. Y en procura de su salud y anhelado bienestar, o de
sus dosis de intensidad emocional o saturación sensorial, recorre los diversos
ámbitos en los que puede ser requerida su vitalidad.
Así pues, este ser poderoso
en otros tiempos, se muestra débil e inerme ante las demandas implantadas en su
sistema volitivo en forma de pautas de conducta, normas de comportamiento,
reglas, leyes y mandatos recibidos desde su más tierna infancia y refrendados y
actualizados por sus semejantes en las diversas expresiones que impactan en su
mentalidad ordinariamente orientada al logro de aceptación e integración.
Alternativamente se le ofrece un sistema coercitivo que le reeduca o le
mantiene en los márgenes de un sistema previsor. Que incluso piensa en y por los
rebeldes, proporcionando cauces adecuados a su singularidad, con toda clase de
grupúsculos y consignas para que la resistencia al sistema no deje de ser un
apartado más del mismo.
Pareciera que la raíz de tal control deriva de un factor
esencial: La Creencia. Esta es el módulo básico que el sistema proporciona al
humanoide como un patrón holográfico inserto en las profundidades neuronales.
Origen retroalimentado de los condicionamientos impresos indeleblemente en cada
nueva criatura que portará toda su vida, salvo error u omisión.
Ante este panorama, la elección personal se limita a
apuntarse a uno u otro de los múltiples poseedores de la conciencia que pugnan
sin cesar por su élan vital. Y aquí es
donde una ligera fisura deja entrever un universo diferente a la burbuja
ilusoria de las existencias…
¿Será posible la liberación? ¿Hay algo más allá de la
suscripción vitalicia al sistema?
(Continuará...?)
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