jueves, 13 de julio de 2017

Democratización del reloj cósmico

El Cielo es un gran reloj con manecillas que se mueven marcando las horas del mundo.

Más allá de la discusión acerca del modo específico de como esa realidad y nuestra realidad humana están conectadas, las evidencias son indiscutibles.

Todas las culturas elaboradas que conocemos han desarrollado interés en esa correlación y este saber obtenido por la observación, el estudio y cualesquiera otros métodos, han dado lugar a las diversas astronomías y astrologías.




Pues hay en esta "ciencia" dos aspectos bien definidos.

De un lado la parte medidora, analítica, calculadora y matemática propiciada por la regularidad de los movimientos cósmicos. De ello se encarga la astronomía (nomos, norma, medida o regla) que estudia todo lo cuantificable, las cantidades.


De otro lado, las cualidades, lo cualitativo. Que a través de las narraciones y los mitos han captado o considerado como entes a los distintos elementos del cosmos. La propia Tierra, El Sol, La Luna, los planetas y las estrellas. Estableciendo métodos de comunicación con su estatuto de divinidades, bien mediante la adoración y el culto, bien mediante la interpretación de sus posiciones específicas, bien por castas de intermediarios que tradujeran este lenguaje de los dioses a la comprensión de los humanos mediante narraciones que hoy llamamos mitos. De ello se encarga la astrología, entendida como estudio o comprensión de los astros y sus movimientos.

Hoy en día, 2017, la astronomía es una gran ciencia que engloba muy diversas especialidades, con muchas aplicaciones técnicas e interacciones con otras ciencias.

Y hoy día, la astrología es atacada como pseudociencia, superstición y resto anacrónico del pasado. Cuando no, tildada directamente de superchería y práctica irracional de toda clase de timadores y aprovechados de la credulidad e ignorancia de los vulgares.

De hecho la astrología ha caído en desgracia por diversas razones, una de las importantes el hecho de haber sido una ciencia muy cercana al poder y los poderosos que eran los únicos que podían financiar y costear las numerosas horas de trabajo necesarias para los cálculos y dedicación de los expertos en ella. Mientras que el común de las gentes, que también tenían gran interés en la interpretación del lenguaje del cosmos para sus propios intereses, eran campo abonado para expertos menos cualificados y también de todo tipo de embaucadores.

Es lógico que eso pasara igual que con los expertos en la salud y en otros campos del conocimiento y la cultura. Aunque puede haber excepciones, es fácil comprender que los más cualificados sirvieran a los poderosos, fueran pintores, matemáticos, médicos, filósofos o científicos.

Así se puede entender que el sistema escolar medieval tuviera a la astrología como asignatura esencial a la vez que las leyes perseguían a otros que se decían astrólogos y adivinos.
Siendo a partir de 1600 que a los astrónomos de la corte real británica se les prohíbe la realización de cartas astrales (horóscopos, mirar la hora) y eso marca la caída en desgracia de la ciencia que deja estudiar los aspectos de correlación del cosmos con el hombre y se dedica solamente a las cuestiones objetivas y cuantitativas.

Esta deshumanización de la ciencia comienza a restaurarse con el nacimiento de la psicología y otras disciplinas que se interesan no sólo por lo medible visible sino también por lo subjetivo, lo intangible y lo significativo. Dando paso a un cierto humanismo que compensara la racionalización excesivamente fría y distante.
 
Actualmente y tras el resurgir de la práctica astrológica, aún está carente de un nivel académico homologable y homogéneo en la comunidad internacional. Sin embargo son muchas las personas que, gracias a la simplificación de las tareas necesarias para elaborar una carta astral, se han dedicado a adquirir conocimientos y experiencias poniendo astrología de buena calidad al alcance de muchas personas en la mayor democratización de este arte de la que se tenga noticia.

Al igual que pasa con disciplinas artísticas o culturales cuya realización es más asequible para las masas que nunca. Eso no ha conllevado la desaparición de los embaucadores y demás usos fraudulentos tan inherentes a la naturaleza humana como cualquier otra muestra de corrupción y engaño.

Hacer la criba y seleccionar a alguien de confianza que ayude a entender el lenguaje cósmico es de tanta ayuda que merece hacer este esfuerzo.

Porque la astrología entronca con las capas más sutiles del ser humano, con su pertenencia humilde a un universo magnífico del que no podemos dejar de ser parte minúscula. Algo que nos asombra y aterra. Este aspecto terrible de la grandeza cósmica choca con la paradoja de nuestra conciencia de ella. Una conciencia curiosa que busca entender el orden dentro del aparente caos y que nos lleva a preguntarnos por esas pautas de regularidad que el cosmos tiene.

Algo nos dice que la incertidumbre que tanta ansiedad genera, puede ser calmada mediante el estudio y la comprensión de la danza cósmica, de esa bella proporción que vemos arriba en los cielos y que también nos alcanza en cualquier rincón dónde la naturaleza se  manifiesta. Sea en forma vegetal, animal o inorgánica.

Una especie de ritmo musical que las almas sensibles han captado en todas las generaciones. Por eso la astrología, incluso en los tiempos más oscuros, ha sido refugio y nutrición para quienes saben que lo esencial es invisible a los ojos, como dijo el autor de El Principito.

Cuando miramos las estrellas vemos luces que se emitieron hace millones de años. ¿Cuántas reflexiones nos hacemos observándolas? ¿Qué resuena en nuestro interior ante la inmensidad del espacio y el tiempo? ¿Qué podemos decir y escuchar al respecto?

Quizás la mejor actitud ahora sea compartir nuestros estudios, esfuerzos e intuiciones acerca del lenguaje cósmico, y acerca de nuestras experiencias internas, con la alegría de quien comparte su gozo con la belleza, con la poesía y con el arte. Pues en esencia el lenguaje cósmico es simbólico y narrativo. Así pues vivámoslo como un arte narrativo que nos sirva para ser guionistas, más exactamente co-guionistas, de nuestra experiencia vital, aprovechando la herencia recibida de siglos y culturas pasadas, actualizada con los más modernas tecnologías.

Esto nos ofrece la astrología, un modo de integración en la gran obra universal de la cual somos parte, consecuencia, fruto y germen de su continuidad.

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