sábado, 13 de abril de 2019

Autoconciencia y automatismo

 Hay un hexagrama del Libro de los Cambios, el vetusto I Ching, que se llama  
La verdad interior, 中孚, Chung Fu o Kung Fu.




En su tercera línea mutante se describe de modo alegórico un fenómeno específico: Cuando el centro de gravedad personal se desplaza por el tentáculo amoroso hacia una figura del exterior.

En general la filosofía del I Ching solo reconoce la dependencia respecto al destino, al tiempo y al Sabio que se expresa a través de las mutaciones.
En este caso no toma partido, sólamente describe el proceso.


Se encuentra con un compañero,
ya toca el tambor, ya cesa de
hacerlo; ya solloza, ya canta.



Descrito como una ley de dependencia expone la variabilidad asumida para sus acciones o emociones en función de otra persona.


El comentario, además de expresar que el puesto no es el debido, resalta la importancia de la valoración subjetiva de la situación. Esta montaña rusa emocional, puede ser vista como lo máximo o como una carga. Dolor y placer alternados, como en toda vida, pero ligados en este caso a la interacción de la compañía encontrada.


En el anterior post sobre la dinámica del tiempo en que esto escribo, veíamos como el principio de la acción individual requería de una  mirada lúcida hacia los lazos que mantenemos con nuestro entorno.
Tales lazos no siempre son percibidos como ataduras limitadoras que otros ejercen sobre nosotros. En muchas ocasiones se presentan como gustos que sentimos al conectarnos con los demás.


El arquetipo representado por el simbolismo de Neptuno, los lazos sutiles con el universo del que formamos parte, responde parte del desarrollo de este tema.


El amor desconectado de su punto esencial que es la radiación desde el centro, por la que todos estamos unidos, da lugar a experiencias parciales que excitan todo nuestro sistema biológico y mental.


El amor crea el centro y revela su poder


Como efecto secundario de la creación del centro (cómo ya he apuntado en otras ocasiones) nace el Yo en la esfera de la personalidad, y en el nivel del constructo emocional que convencionalmente algunos llaman esfera astral, aparece de modo automático el algoritmo funcional del ego. La denominación varia según las escuelas filosóficas o psicológicas pero es fácil de trasladar en cada sistema si atendemos a su función y manifestaciones.


Es obvio que hay una realidad física en la existencia de un centro geométrico. También lo es en la esfera de lo sensorial y del procesamiento de la percepción. Así pues tanto en la materia como en la conciencia es simple el concepto de centro de referencia. Cuando llegamos al nivel de la autoconciencia, es cuando de modo automático, nace la experiencia subjetiva del ego, puesto que nos vemos a nosotros mismos y creamos la conciencia de otros centros potenciales que no son el nuestro.


El Yo superior, por decír así, sigue el camino de la autoconcia honrando otros niveles de realidad esenciales que son los que dan origen al propio centro. Llaménse alma, espíritu, logos estelar u otros conceptos que vienen dados por el reconocimiento de una escala de ser de la cuál nuestro propio centro es una manifestación temporal. Es una percepción que en el plano llamaríamos vertical, que nace ortogonal a la realidad cotidiana. En la medida que alcanzamos experiencias dimensionales, es la conexión que desde el centro nos hace partícipes de una constelación de Sí mismos que está organizada en una dimensión trascendente.


En la dimensión horizontal, del plano o de la esfera, que es la análoga del tiempo en la realidad cuatridimensional, dentro de la experiencia de nuestro propio holón (veáse Ken Wilber para el concepto de holones) nuestro centro se comunica con otros centros, y de esa interacción, condicionada por el ego, yo inferior o yo local, surge toda una variedad de experiencias que es necesario abordar paulatinamente.


Para no extendernos muy lejos del propósito inicial veamos la interpretación de la línea citada.



Carol K. Anthony (extraído de su libro: Guía del I Ching)
Esta línea subraya la importancia de mantener nuestro centro de gravedad (independencia interior). El poder de la verdad interior depende de ello; lo cual significa que debemos estar libres de preocupaciones y deseos.
La independencia interior significa exactamente eso: no dependemos emocionalmente de nadie.
Nos volvemos dependientes de otros cuando les decimos: "y ahora me entrego a ti, y, por lo tanto, mi felicidad y mi amor propio dependen de ti y de cómo me consideres. Yo te pertenezco". Esta es, por supuesto, la labor de la auto-imagen/ego, que quiere perpetuar nuestra imagen, que no puede existir a no ser que se vea reflejada en los ojos de otros. El ego está dispuesto a hacer cualquier clase de concesión con la esperanza de verse afirmado. Si hemos dejado que nos suceda algo así, tenemos que recobrar lo que
hemos entregado. No tenemos el derecho de darnos a nadie, y aunque esto podría halagar a la otra persona, sólo podrá despreciarnos por ello, pues no aceptará tal responsabilidad.
Una vez que se canse de este halago, o se convenza de nuestra servidumbre, nos abandonará. La única relación correcta que podemos tener con otra persona es aquella en la que ambos, de forma independiente, seguimos el camino del bien y la verdad.
Incluso si no hemos llegado tan lejos como para entregarnos por completo, debemos evitar "apoyarnos emocionalmente en otros". Lo que sucede cuando "miramos de soslayo". Esto significa que decidimos el sentido de nuestras vidas o medimos nuestro progreso, por el efecto que tenemos en otros, y por lo que otros hacen y piensan. Es imposible observar la necesaria atención para seguir nuestro camino si nuestra visión interior está puesta en ellos. La única forma de llegar a ser autosuficientes y fuertes interiormente, cualidades inseparablemente ligadas al poder de la verdad, es seguir nuestro camino independientemente de los demás e incluso aun de la secuencia de los acontecimientos.
Perdemos nuestra independencia interior cuando la gente es incorrecta al relacionarse con nosotros, y, para llevarnos bien con ellos, simplemente "perdonamos y olvidamos". No debemos alimentar sus egos al dar la impresión de que no importa lo que hagan, todo estará bien. Con esta actitud sólo es cuestión de tiempo para que se vuelvan unos tiranos con nosotros. Por otro lado, debemos reconocer la situación en lo que es y mantenernos cuidadosamente desapegados de ella. Es decir, juzgarla, sin dejar que nuestra actitud se vuelva una crítica subjetiva; en estas condiciones, necesitamos la ayuda del poder supremo. Ser conscientes de esto nos permite guardar el equilibrio "en la cuerda floja", por así decirlo, que a fin de cuentas es lo que se requiere.

Es una descripción magistral del proceso de automatización de la identidad al dejarla en manos de criterios de horizontalidad, donde otros centros son elevados a la categoría subjetiva de centro propio. Esta es la dinámica del amor dependiente, de las relaciones subordinadas o gregarias, de la transferencia de la responsabilidad política o cultural y de otros tantos fenómenos de condicionamiento de la propia responsabilidad, sea por evasión, seducción o persuasión.

En otras palabras, es la interacción del poder con el amor gestionado por mecanismos automáticos de adaptación, proyección o renuncia.


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