lunes, 8 de abril de 2013

Co-creadores








Cualquiera que sea nuestro modelo cultural acerca del universo en el que vivimos y su posible origen, es bastante evidente la capacidad de crear o participar en la creación que tenemos los seres humanos. Eso combinado con la libertad y también con el sometimiento a determinadas tendencias e influencias, propias o ajenas, hace que podamos crear, generar o elaborar, diversa calidad de mundos. Dicho metafóricamente: cielos, infiernos o paraísos.


Por eso, cuando me tropiezo con un espejo psicológico, que puede adoptar la forma de una discusión, un romance, una decepción, una indiferencia, etc., me pregunto:

- ¿Qué estás creando tú?

Ya que supongo que lo hacemos todos, ¡qué menos que saberlo!

Aún a riesgo de parecer un poco pesado, y de ser juzgado como persistente, soy consciente de que mi aportación al colectivo va en esta dirección, que consiste en desplazar el centro de gravedad de nuestros pensamientos y actos, hacia nosotros mismos y nuestra responsabilidad. Otros, o yo mismo en otra época podré suscitar otros temas o reflexiones; es más, en mi vida particular, mi propia tarea puede ser incluso opuesta. Sin embargo mi rol social es, en este momento, el de resaltar la importancia de la responsabilidad individual en la construcción del mundo en el que vivimos.

La interacción es importante, sin duda, el otro es valioso y es nuestra tarea vital superar la errónea percepción de la separatividad, sea con la naturaleza, sea con los animales o de modo más dramático, con el resto de los humanos...

Pero la esencia de toda separatividad es la errónea definición de la propia identidad. Por ello cuando Jung promueve la individuación como proceso personal de maduración, el factor esencial de partida y referencia durante la aventura, es el reconocimiento de la propia identidad.

¿Qué verbo vamos a emplear cuyo sujeto no esté identificado? Aparentemente lo impersonal parece una solución, pero ¿cuánta verdad y cuánta evasión hay en ello?

De ahí que la siguiente fase es identificar lo que, a mi entender, es un hito, una gran revolución de la filosofía del siglo XX, lo que Ken Wilber ha descrito como la falacia pre/trans. El simple estudio, reconocimiento y aplicación de esto, ahorraría cientos de horas, cientos de vidas de experimentación en bucles psicológicos, científicos y mágicos en los que los humanos nos vemos atrapados como exploradores. 

Puedes visitar este enlace para leer sobre la falacia pre/trans.

Por otra parte, los años me sosiegan en mis afanes soteriológicos, otra de las trampas comunes, pues te descoloca respecto al centro dinámico de toda existencia individual que tiene que encontrar una respuesta a la pregunta ¿Qué tengo que hacer con esto que sé?, o sea
una respuesta adecuada, no simplemente evadir la presión que supone toda responsabilidad.

Así pues, hacer lo que Laura definió como "nuestra propia frase de vida" es la síntesis para evidenciar que nos hacemos cargo, en primer lugar, de nosotros mismos, escribiendo el guión de nuestra vida.

Y aclaro que no me refiero aquí, con la falacia pre/trans, a la supuesta critica de Wilber a Jung, simple cuestión académica, fácil de superar conociendo ambos enfoques, sino a tantas corrientes apegadas al dogma de lo correcto, sea en los ámbitos ortodoxos o no, pues es un truco simple, propio de todo ser con cerebro, caer en el afán de la coherencia, de la completitud, de la simetría, de la perfección canónica. La reducción de variables, la abstracción de la impermanencia, o de la irrepetibilidad, de la imposibilidad de un mapa idéntico al territorio (cfr. El Aleph de Borges), es la primera licencia que todo estudio de la realidad se permite para poder hacer ciencia y que raramente recuerda después.

Por eso cuando los humanos chocan con la realidad, normalmente lo hacen mediante contextos de impotencia. Todos conocemos el ejercicio de enfrentarnos a lo real mediante la experiencia de su final. El adagio, no se valora bien algo hasta que se pierde, intenta mantener ese aprendizaje asequible, pero como tantos otros, sin un sujeto que lo realice en las coordenas del presente esta inerte.

En el budismo tibetano existen meditaciones para generar en nuestra mente de modo experimental esas circunstancias. Y en occidente, menos sistemáticos en esto, lo hacemos a través de las narraciones, literatura o cine, aunque en el ámbito superior de la religión católica, los ejercicios espirituales tradicionales o modernos, así como las meditaciones escatológicas tienen la misma finalidad.

 Expóngase cualquiera a la experiencia directa o imaginada (el cerebro no distingue la diferencia, esa es la base de toda psicología, terapia, magia, formación o manipulación) de contemplar el cuerpo sin vida, es decir el cadaver, de un ser querido. Y prepárese para un torrente de experencias psíquicas, emocionales y aún fisiológicas. Por cierto, no digo que lo realices sin más, pues es mejor hacerlo en las condiciones correctas para que sea útil y asimilable como conocimiento, pero hago referencia a ello como dato de lo simple que es enfrentarse a la realidad, más exactamente, a los límites entre realidad e imaginación. 

Y sin necesidad de drogas, ni otras variables inductoras de la experiencia que, en general, son meramente maceradores de las durezas precordiales,
sino  simplemente viviendo "como si" fuera real cualquiera de las experiencias que proporcionan lo que llaman con acierto los budistas, los tres mensajeros divinos: enfermedad, vejez, muerte.   

Lo realmente necesario es el coraje para adentrarse en los espacios de la incertidumbre y la ignorancia, en las vecindades de la zona de comodidad que con tanto esfuerzo logramos conquistar y en la que nuestro simio encuentra el bienestar que precisa para reinar. Cuando pretendemos ir un poco más allá, nacen las resistencias. Ojo, si tenemos un simio loco, que precisa del riesgo adrenal o se nutre de la intensidad extrema, será conveniente identificarlo y buscarle el tratamiento adecuado. Pero esa es otra historia. Un poco más allá de esa resistencia, sentiremos la libertad de lo salvaje que dice Pinkola, en el sentido más cósmico del término. Y daremos comienzo a la aventura. 

Podemos emprenderla en solitario (maestro interior) o asistidos (guía externo), pero mejor que no sea como huída o por orgullo personal. Así nuestro único compañero sería el hambriento agregado psíquico que no nos abandona. Y en caso de duda tenemos una guía clásica en nuestra cultura que, como suele suceder, es generalmente más apreciada desde la distancia sin prejuicios de mentes abiertas de otras formaciones, pero que vivamente podemos recomendar.

No hay comentarios: