martes, 18 de marzo de 2014

La utopía de la libertad

La visión tiene que ver con una impresión general de dudas, miedos, oscuridad y temores. Y una convicción: Soy un preso. Soy un prisionero, con todo lo que eso implica para mis temores ancestrales, mi experiencia de aislamiento, mi miedo al abandono, mi terror a la pérdida y al fracaso, mi sentido de culpa, mi destino de Sol y Saturno en doce. Mi supuesta comprensión de todo y de todos sin sentirme nunca comprendido ni digno de comprensión.

¿Digno? 



Mi sentido de causar malestar a todo mi entorno, de no realizar, de no estar a la altura de las demandas, desde mi incapacidad para resolver los problemas de mi infancia a los de mi edad adulta, mi continua evasión de las presiones y responsabilidades. Mi estilo de profecía autocumplida de fracasado y fracasador. Tantos miedos acumulados y sobrecompensados por una arrogancia futil y huera que, a pesar de lo efectista o epatante que pueda llegar a ser en derredor, a mi mísma soledad no engaña. No valgo para nada, no soy capaz de nada, todo lo estropeo teniendo tantas ocasiones y oportunidades al alcance…

Al fin aparece en mi vida la posibilidad de asumir mi realidad de persona limitada, incapaz desde la raíz, liberada del gran peso de la culpa y la responsabilidad pues nada puedo. Soy un preso y no es más que la bola de hierro enganchada a la cadena el creerme que podría hacer algo. Ya soy preso. De mi pasado, de mis prejuicios, de mis expectativas, de mi grandeza, grandilocuencia, delirios, sueños y bondades supuestas. Cargo con mis pecados, los de mi linaje, los de mi sangre, mi pueblo y mi raza. Soy preso desde el nacimiento y la conducta de mi vida no ha hecho más que confirmar esa situación y hacerme acreedor de continuarla.

Hasta hoy.

Y no voy a cambiar nada. No está en mi mano. No hay mito del albedrío que pueda compensar la evidencia de la experiencia. No hay ya rechazo al determinismo ni a las determinaciones. Ni siquiera hay ilusión de libertad por el conocimiento o las buenas intenciones. Soy prisionero. Y lo seguiré siendo el resto de mi vida en este planeta.

Porque una cárcel no es una celda pequeña en la que tienes restringido el movimiento por unas paredes que delimitan un espacio del que no puedes salir...

Porque una cárcel, ¿no es una celda pequeña en la que tienes restringido el movimiento por unas paredes que delimitan un espacio del que no puedes salir?

Y acaso el cuerpo, la familia, el barrio, la ciudad, el país, la cultura y el planeta, ¿no son unos límites de los que no puedes salir?

¿Acaso no son los sueños de libertad un indicio claro de estar preso?

¿Acaso no son las evasiones de lo real eso mismo, evasiones o intento de ello?

Ya no lo niego. No soy libre. No soy dueño. Soy preso y esclavo. Estoy determinado, condicionado, dirigido, empujado, jalado, compelido, obligado, constreñido, doblegado, secuestrado, cautivo, domeñado, sometido y abocado.

¿De quién y por qué?

¿Acaso importa ahora?

Ahora sólo es tiempo de reconocer mi verdadero estado. Mañana vendrá, si viene, con la siguiente demanda. Ahora solamente puedo rendirme a la evidencia de las cadenas que me apresan.

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