sábado, 2 de marzo de 2013

Entre la cobardía y el coraje


Estar de acuerdo en el diagnóstico es un paso.
Aplicar los cambios es otro.
 

Se cambia por muchos motivos:
- por convicción
- por necesidad
- por hartazgo
- por presión
- por elevación
- porque no cambiar es imposible
- porque te cambian los demás
- por miedo
- por arrepentimiento
- por coraje
- por idiota
- por pereza
- por voluntad
- por compromiso
- sin querer

El motivo o la justificación para cambiar, después de que pase un tiempo, no va a ser importante. Lo importante es el cambio en sí mismo.

Si de lo que estamos hablando es del cambio que requiere una acción, es decir el cambio para salir de la entropía, de las ataduras de una conducta mecánica, de un sometimiento a un poder nocivo para la propia vida, entonces hablamos de una liberación. Sea individual o colectiva.

En estos casos, puesto que se vive en un estado de hipnosis, de alteración de la conciencia natural, por la que hemos llegado a aceptar como normal algo que es antinatural, contrario a la libertad responsable de vivir de acuerdo a nuestra naturaleza real, las justificaciones racionales o emocionales pueden adoptar cualquier aspecto, sea luminoso o sombrío. Nada es fiable, pues todo está sometido a la dinámica de la dependencia que se ha constituido en normalidad.

El cambio, en esta fase, aparece como una evidencia más o menos concreta para evitar las consecuencias desagradables de estar sometido a una voluntad o una conducta ajena. Pero aún no tenemos la confianza suficiente para dar el paso pues, en nuestra ilusión, nos sentimos atados por sólidas cadenas de conveniencias, de apegos que elevamos a la condición de indispensables o al menos convenientes, y no vemos su irrealidad. Estamos medio despiertos en el seuño pero no somos capaces de salir de él. Sólo barruntamos la libertad que podríamos tener.

Si mantenemos esta semiconsciencia somnolienta, las fuerzas hipnóticas nos presentaran dos opciones. O los terrores de un despertar en el que caemos en el vacío (eres libre pero no sabes volar) o los halagos y recompensas por aceptar la esclavitud (los placeres de seguir dormido y soñando las maravillas que el guionista te ofrezca).

Si es el momento en que podrías irte (ventana de oportunidad que dicen), sentirás el terror. Es la cortina bifaz de la puerta del infierno. Por fuera, cuando entraste, tenía el aspecto de un encantador salvapantallas idílico, atractivo, deseable. Pero visto desde dentro su aspecto es aterrador, incorporando las que sean tus debilidades íntimas (colores, pinchos, opresiones, sangre, animales temibles, caras tétricas...) y cuya función es evitar que salgas de ese espacio psíquico.

Invoca el poder inextinguible del pedazo de Sol en tu interior y rasga el velo del terror, atraviésalo, sabes que del otro lado está la luz y los amplios horizontes de tu camino personal, la libertad recobrada, la tarea por la que estás aquí, viviendo la vida. 


Así saldrás de prisión y tirarás los dados de nuevo. Tu turno sin jugar ha pasado. Vuelves al camino, de oca en oca y tiras, porque ¡ya te toca!

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